sábado, 12 de mayo de 2012

Cuetlaxochitl, Flor de Nochebuena

Rosita contemplaba con tristeza las ramas copadas de su árbol preferido, un hermoso árbol de Cuetlaxochitl que cada año se llenaba de flores escarlata, desde las ramas más altas hasta los nuevos brotes, delgados y largos que eran vencidos año con año por el peso de las hermosas flores. Y decimos que la niña tenía tristeza en su mirada, porque ese año no había aparecido una sola flor entre la fronda de su árbol amado.

Corrían los años en que los franceses habían invadido nuestro suelo patrio, y las fuerzas del presidente Juárez luchaban por librar al país del imperio Maximiliano.

Artemio Coazin Mendoza, chinaco a carta cabal, trabajador honrado y patriota, haciendo honor a la memoria de su padre, que había luchado bajo las ordenes de Don José María Morelos, respondió al llamado de la patria y se alistó en las fuerza juaristas. Un día lluvioso de Julio, ensilló su mejor caballo y se despidió y de su hija, quienes con lagrimas en los ojos, lo vieron partir hacia un destino incierto.

Seis meses después, no sabia nada de el hombre amado, 3 meses antes  el compadre Mauro Tetatzin que había regresado sin un brazo, les había dicho que Artemio en las batallas era el hombre valiente y arrojado, por lo cual debían estar orgullosas; noticia que en lugar de apaciguar la preocupación por el ausente, sumaba más la preocupación.

Un día, decidió no volver la fondo de la huerta, la ausencia de su padre y la negación del árbol de dar flores oprimía su corazón.

AL amanecer del día 24 de diciembre, Rosita sintió una extraña sensación en su pecho; sin saber porque se levantó temprano a sacar agua del pozo para acicalarse, peinarse y ponerse los moños de listones en sus trenzas.

Cuando salió muy arreglada, oyó el grito de un águila que proveniente de los altos peñascos, daba giros en los árboles. Un colibrí de pronto se detuvo frente a ella, moviéndose en rápidos giros volvió frente a su rostro haciendo unos cortos sonidos. Todo esto produjo en la niña una euforia extraña como si el águila y el colibrí tratasen de decirle algo muy importante.

Cuando el sol se ocultaba entre los riscos y peñascos, encendiendo las nubes con pinceladas incandescentes, los tonos rojos de las nubes en ese instante le recordaron las flores de escarlata y sin saber porqué, bajó corriendo la huerta al ismo tiempo que escucho el trote de un caballo en la misma dirección.

Grande fue el asombro de la niña al ver su árbol lleno de flores de fuego, flores escarlata como la luz del ocaso.

De pronto en medio de las flores apareció la figura de su padre, corrió para abrazarlo, mientras llamaba a gritos a su madre. Sabiendo que gracias al águila y al colibrí fuero los portadores de la buena nueva y que esta noche buena sería la mejor.

 

El texto anterior NO me pertenece, en realidad lo saqué de una publicación del extinto banco Serfin, en el cual mi padre laboró muchos años, recuerdo que llevaba publicaciones editadas por parte del Banco, mismas que eran repartidas entre los trabajadores de la empresa, entre ellas estaba una tira cómica llamada “De tin marin…” en donde mostraban diferentes historias ilustradas por medio de pájaros humanizados, eras situaciones dela vida cotidiana, pero que siempre tenía un problema ‘común’: la economía y salía el “Sr. Serfin” a solucionarlos, pero en lo personal, el especial de la navidad de 1993 (me parece)  fue el mejor, pues aparte, en otra publicación, hasta el final, apareció el texto que acabo de pasarles.

Sé muy bien que no es navidad, pero ¿para qué esperar a Diciembre si puedo compartirlo con ustedes en estos momentos?

Espero haya sido de su agrado.

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